viernes, 1 de noviembre de 2013

El templo de las almas.

Recuerdo el silbido de la flecha acercándose, el impacto en mi pecho. Dolor. Caí. El sonido de los cascos de los caballos acercándose. Oscuridad. Abro los ojos y me encuentro de pie frente a una puerta de bronce. Se abre al simple roce de mi mano. Una sombra me recibe y me invita a despojarme de mi armadura, me siento ligero. Me guía hacia el centro de una estancia infinita llena de cirios cuya luz crea figuras en las paredes.  La sombra se detiene frente a una fuente de agua, debo lavarme. Me siento en paz. Mi acompañante prosigue su deambular hasta difuminarse frente a las velas. Ya sé donde estoy, he oído hablar a los moribundos: es el templo de las almas. Soplo, exhalo mi último aliento sobre una vela sin encender y nace una pequeña llama. Es diminuta pero su calor traspasa mi piel. Oscuridad. Muy lejos de allí una pira funeraria despide mis despojos y la espada de mi estirpe. Abro los ojos y unas manos cálidas me recogen. –Es niño- exclaman. Rompo a llorar, vuelvo a empezar. 

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